Aun cuando nos encontremos en espacios libertarios, teóricamente horizontales, es común ver cómo siguen existiendo ciertas jerarquías. Aunque no haya títulos ni líderes, algunas personas toman más importancia, dejando a otras en un segundo o incluso tercer plano. No hablo ya de asambleas y grupos de trabajo –asunto que merecería un análisis más profundo–, sino simplemente del día a día, de debates y charlas sobre cualquier tema.
Ya estoy cansada de quedarme callada mientras les demás hablan y hablan. De que, cuando por fin saco fuerzas para decir lo que opino, tenga que repetirlo varias veces porque si no, no se me escucha o no se me quiere escuchar. Estoy cansada de sentir que mi voz vale menos que la de mis compañeres, pues elles hablan más tiempo, más alto y… ¿acaso mejor?
A menudo, en una conversación, empiezo a decir algo pero no puedo siquiera terminar la frase, pues alguien tiene ya algo que opinar o corregir, aun cuando yo no haya dicho más que dos palabras de todo lo que pensaba y consecuentemente no haya tenido la oportunidad (pues no se me ofrece) de desarrollar mis argumentos. Cuando ésto ocurre me siento pequeña y entro en una vorágine: cuanto más invisible me siento, cuanto más se me corta cuando hablo, menos ganas tengo de expresarme y participar, cada vez más pequeña, cada vez más…
Ante esto, no quiero tomar el papel de víctima, aunque exista una evidente opresión. Soy consciente de que las personas menos empoderadas tenemos que ir poco a poco quitándonos esa vergüenza a expresarnos en público, que tenemos que aprender a tomar la palabra y reclamar nuestro espacio, pues somos tan válidas como cualquier otra. Tenemos que reforzarnos a nosotras mismas y luchar contra nuestros miedos. Pero para que este camino sea mucho más fácil, necesitamos que las personas de nuestro entorno empaticen con nosotres, y más aún si nos movemos en ambientes anarquistas. Si en asambleas funcionamos horizontalmente, intentando respetar turnos de palabra… también tenemos que aplicar nuestras ideas a lo cotidiano, a todos los planos de nuestras relaciones con les demás. Es necesario que cada cual se cuestione sus privilegios, pues aunque haya quienes pisen a les demás de forma consciente, sin preocuparse más que por su propio ego, suele ocurrir que las personas que ocupan mucho más espacio y son de naturaleza más extrovertida no se dan cuenta de que otras no tenemos esa capacidad. Simplemente, nunca se lo han planteado, o nunca nadie les ha dicho algo tan simple como «Déjame que hable», o «Respeta mi espacio»; o si se lo han dicho, lo han olvidado…
Siempre viene bien algo de autocrítica; si no, no avanzamos. ¿De que sirve defender mil causas justas si luego no eres capaz de respetar a tus compañeres? O sin necesidad de hablar de respeto, podemos hablar de empatía, afecto, cuidados. Es un ejercicio de humildad y coherencia que, si en el día a día luchamos contra la opresión y la autoridad, no nos quedemos sólo en algunos aspectos de éstas, si no que combatamos todos sus tipos, empezando por nuestro entorno, por nosotres mismes y la gente que nos rodea. Es vital sentar las bases desde lo más cercano, para que definirse como libertarie y enarbolar ciertas banderas no caiga en una mera fachada, sin un fondo práctico, real, construido con las acciones y actitudes cotidianas. La libertad se construye día a día.